“Lado B”, por Celina Abud

Cirugías estéticas post pandemia: ¿cuánto influyó vernos en pantalla?

Más allá del parate económico, se registraron aumentos en la demanda de procedimientos cosméticos y a edades más tempranas. ¿Cuál fue el papel de las videollamadas, las redes y los filtros?

Autor/a: Celina Abud

La irrupción de la pandemia de COVID-19 impuso un parate a ciertas actividades y la reinvención de otras. La virtualidad aplicada a las videollamadas -por encuentros de trabajo, clases y hasta los olvidables “zoompleaños”- nos enfrentaron a un yo recortado y bidimensional, a vernos en pantallas sin la totalidad de nuestros gestos y corporalidad; a tratar de editarnos, preguntarnos si la luz nos favorecía, si se nos veía la papada y si estábamos presentables, más allá de que nos dejáramos el pantalón del piyama puesto. Ni hablar de los vivos de Instagram o las fotos (multiplicadas por gentileza del aburrimiento y la incertidumbre) muchas veces mediadas por filtros que se encargaban de nuestro maquillaje sin siquiera tocar una brocha o quitarnos unos años de encima.

Quienes no se miraban tanto al espejo ahora debían verse reflejados constantemente en la pantalla. Sin escapatoria, la autoevaluación fue inevitable, porque el contexto así lo pedía. La tecnología nos mostró en primer plano, pero incompletos. Y este fenómeno quizá explique el boom de las cirugías estéticas post pandemia en países como en EE. UU., pero también en otras partes del globo.

El informe Inaugural de Tendencias y Perspectivas de APS: Cirugía Estética 2022, que realizan desde la Sociedad Estadounidense de Cirujanos Plásticos, mostró que después del pico máximo de la pandemia de COVID-19 y a pesar del clima económico, tres cuartas partes de las clínicas enfocadas en procedimientos cosméticos reportaron un aumento de la demanda, mientras que casi el 30% de los profesionales especificó que su negocio se duplicó. Al punto de que el Dr. Bob Basu, vicepresidente de la junta de finanzas de la Sociedad Estadounidense de Cirujanos Plásticos, reconoció que si bien esperaban “lo peor” en su sector, se sorprendieron gratamente por el increíble aumento de demanda de los servicios tanto quirúrgicos como no invasivos.

La encuesta mostró también otro dato llamativo: que las mujeres de entre 31 y 45 años eran las más propensas a solicitar procedimientos estéticos. Basu atribuyó la suba a que para las millennialls, someterse a  una cirugía estética no es tabú, conocen sus opciones y comparten sus propias experiencias en redes sociales. Pero más allá de que esta población sea la principal propulsora del fenómeno, el cirujano plástico afirmó que está viendo a más pacientes de todos los grupos de edad y género.

El fenómeno excede incluso a los millennials y se instala en poblaciones inesperadas. De hecho, según informó el diario El País, en España, mientras hace unos años la edad de entrada a la medicina estética eran los 35 años, ahora, chicas de 20 se inyectan ácido hialurónico para rellenar labios y toxina botulínica para alisar la frente”. Incluso, a pesar del freno inicial de la actividad económica por el coronavirus, “se podría decir que la pandemia ha sido un revulsivo para este sector porque, además de la demanda acumulada de pacientes ya convencidos, atrajo a nuevos clientes que nunca habían pisado una clínica, que por vez primera se acercaron a este mundo de rellenos, prótesis, cánulas y jeringuillas”.

Veamos las razones. Según el informe de la Sociedad Estadounidense de Cirujanos Plásticos, tres de las cinco razones argumentadas por los pacientes que buscaban un cambio escapaban a las más generales (mejorar la autoestima o concretar una cirugía pospuesta). Es más, estaban muy ligadas a las consecuencias del confinamiento: “sentirse renovado o lucir más joven después del envejecimiento por el estrés pandémico”; “notar cambios corporales que quiere mejorar ahora que hay más interacción en persona “ y “notar cosas que quieren mejorar durante las videollamadas”.

Motivos ligados a la tecnología potenciada por la pandemia fueron argumentados por el  Dr. Francisco Gómez Bravo, presidente de la Asociación Española de Cirugía Estética Plástica (Aecep), quien sostuvo que el pico de la demanda está asociado en parte a la dismorfia que producen las videollamadas en la percepción de uno mismo. “La perspectiva y forma de la lente de las cámaras deforman los rostros y cuerpos con efectos poco favorecedores, lo que significó un aumento de la demanda de intervenciones faciales”, dijo.

Crear o redefinir un problema para darle “solución”

La búsqueda de la perfección del propio cuerpo impulsado por cuestiones externas (llámese redes, videollamadas, mercado o revistas) ya había sido anticipada mucho antes desde la literatura, en el cuento “La marca de nacimiento” de Nathaniel Hawthorne. Publicado en 1843, el relato narra como Alymer, una suerte de científico, le propone a su joven y bellísima esposa Georgiana quitarle de la mejilla una mancha color rubí con la forma de una pequeña mano, para así lograr que ella fuera perfecta. La muchacha, a la que nunca le había importado la marca, se obsesiona con ella, porque su marido la notaba y quería borrarla. Hawthorne escribe así sobre el fenómeno de quienes quieren cambiar por razones adquiridas, derivadas de la cultura y el ambiente: “Era la imperfección de la humanidad que la Naturaleza, en una u otra forma, estampa imborrablemente en todas sus creaciones, bien para entender que son temporales y finitas o para que su perfección se logre mediante el esfuerzo y el dolor”. 

Pero el dilema real es el planteo que Alymer  se hace al inicio del cuento, si era mayor el amor a Georgiana o su amor a la ciencia. “El amor hacia su joven esposa demostraría ser el más fuerte de los dos: pero solo podía existir entremezclándose con su amor a la ciencia, y uniendo la fuerza de este último al primero”. Entonces, para tomar una decisión en pos de lo que creía su beneficio, tuvo que convertir a la mancha de Georgiana en un problema para ella: un problema al que él, estaba seguro, podría darle solución.

El cuento, además, coquetea con otro concepto, el de solucionismo tecnológico, postulado por el escritor e investigador bielorruso Evgeny Morozov, quien define al solucionismo como “una patología intelectual que reconoce problemas basados en un único criterio: solo si se pueden resolver con una solución tecnológica agradable y limpia a nuestra disposición”. En resumen, “el verdadero inconveniente no son las soluciones, sino el modo en que nos obligan a definir el problema para adaptarlo al tipo de soluciones que ofrecen”.

¿Son entonces unos labios finos o una nariz aguileña un problema? O en todo caso, ¿un problema desde cuándo y para quién? Ya en 1938 el antropólogo Marcel Mauss planteaba que la máscara podría hacer a la “persona social” (al esconder la singularidad como individuos) ya que fija expresiones posibles de compartir con un colectivo. ¿Vale decir que los labios carnosos repetidos, las narices muy similares, las frentes sin líneas de expresión y los pómulos arriba son una suerte de máscara que quita (y cuestiona) lo distintivo?

Por supuesto que las cirugías estéticas muchas veces son necesarias y cumplen una función más compleja que corregir un rasgo que disgusta. Pueden aumentar la autoestima y ser propulsoras de otros cambios que poco tienen que ver con los bisturíes y las jeringas. Pero vale la pena pensar en si este auge tiene más que ver con el contexto hipertecnológico en el que vivimos que con la necesidad propia de cada paciente. Porque con una respuesta simple y a disposición (al menos de quien pueda pagarla), los consultantes tal vez estén solucionando problemas ajenos.


Referencias:

Notable incremento de la cirugía estética después de la pandemia, IntraMed, 25 de agosto de 2022.

Survey finds demand for cosmetic plastic surgery surges after pandemic, American Society for Plastic Surgeons, 2022.

-Queremos seguir siendo jóvenes y guapos pese a la pandemia, por Sandra López Leton. El País, 16 de julio de 2021.

• Morozov, Evgeny. La locura del Solucionismo Tecnológico. Editorial Katz, 2015.

• Hawthorne, Nathaniel. La marca de nacimiento, 1843.


*La autora: Celina Abud es periodista de Ciencia y Salud del staff de IntraMed.